Otra vez  esa sensación. No sé por qué aparece, siempre está ahí cuando pienso. Cuando pienso en cualquier cosa relacionada con la madurez o yo qué sé. Siempre está ahí cuando tú no estás y no te veré en días, que para mí son vidas inacabables. Siempre que no las veo a ellas, las que me dan abrazos gratis, sin yo pedirlos, solo con verme los ojos, que luego acaban empañándose.

Me tiro en la cama a pensar, otra vez. Estoy cansada de hacerlo, pero la gente no puede evitar mirar en su cabeza, en buscarle lógica a la vida o tan solo preguntarse. Si alguien me concediera un deseo sería pensar en nada por un momento, estar tranquila, sin preocupaciones o tonterías.

Agarro con fuerza la almohada y hundo la cabeza en ella, ahogando un grito, desesperado, y la humedezco con gotas saladas que brotan de mis ojos. Rompo a llorar, fuerte, más fuerte que nunca. Quiero dejar de pensar. ¿Por qué no estás aquí para cuidarme, decirme que todo irá bien, que siempre estarás ahí con tus dulces besos y tus brazos protectores? ¿Por qué no estáis aquí, para animarme, sacarme una sonrisa como siempre hacíais o simplemente, estar?No puedo evitar odiarme, por mis tonterías, mis comeduras de cabeza, por mi inmadurez. Por el miedo a morir, al dolor, a que desaparezcáis. Miedo al amor y al odio. Miedo a todo. Miedo a nada. Miedo a cualquier cosa. Solo quiero dejar de pensar. Pensar en ti, en ellas, en todo. Solo dejar de pensar en el mundo.


¡Engúlleme, universo!